miércoles, 28 de agosto de 2013

Jugar a ser dios.

Últimamente me he reconvertido en poeta. Es difícil de saber cuánto durará esta situación, de modo que dedicaré mis próximos esfuerzos a la obra poética.

Sé que hay distintos factores que dificultan el abordaje poético en estos momentos. A estas dificultades le agregué otras de mi propia cosecha, como son las de escribir poemas largos, sobre temas abstrusos y en un canon muy anticuado, la de los versos alejandrinos (medievales, de catorce sílabas), en la variante modernista.

Si alguien se preguntara porqué hacer las cosas de ese modo le respondería de un modo muy sencillo, directo y esclarecedor: porque el numen así lo quiso. 

Y con esto dejamos zanjadas todas las dudas.

Hasta ahora he firmado todas las entradas con seudónimos diferentes. Es muy probable que esto revele el carácter bochornoso que les sospechaba. Al reconvertirme en poeta he incorporado algo casi inherente a los mismos, una casi total carencia de autocrítica debida a los probables excesos emocionales que conlleva la práctica. Esto me ha llevado a mostrarme sin experimentar inhibiciones, lo que muestra a las claras lo que venimos diciendo. 

Que nadie imagine más de la cuenta, lo anterior significa solamente que voy a firmar los poemas con mi seudónimo usual, es decir, mi nombre.

El siguiente poema está inspirado en una parte de una charla que dio Silo el 28 de mayo de 2010 en Manantiales, Chile. En la misma, un poco al pasar, comentó una noticia, la de que se había conseguido crear una célula en laboratorio. Ese hecho inmenso él lo comparó con el salto cualitativo que significó el uso del fuego por los seres humanos prehistóricos. Es claro que ni en aquel momento ni en este se evidenció ese enorme salto de escala en la evolución. Sin embargo, con el tiempo, es claro que fue notorio. 

Por lo tanto, mientras nosotros entretenemos nuestras vidas con las cuestiones propias de nuestras vidas, la historia cuece sus habas, las cuales, casi seguramente, no comeremos. 

En fin, por ahora somos dioses en el sentido de que podemos (es una forma de decir) crear vida. Por ahora no se han desarrollado los atributos de la eternidad ni el de la omnipresencia. Supongo que con el tiempo todo llegará...


"Jugar a ser dios

Apelando a vampiros, al homúnculo alquímico
convirtiéndose en monstruos trozos de cementerios,
atrayendo los rayos al fervor de lo anímico,
rebuscando incesante de la vida misterios.

Tantos afanes y mañas, desvaríos de noches
y mañanas heladas, lo inmortal ya se esconde
sin dejar penetrar a los serios fantoches
que procuran saber el secreto está adonde.

El saber mucho más no desata tal nudo,
mucho más da el olvido de las ansias febriles,
la razón, la vigilia, lo metódico mudo,
otro paso encarrila, vive en otros rediles.

Pero afanes profundos nunca rinden bandera
en los pliegues se ocultan de recónditas vetas,
esperando el momento, la ocasión, la manera,
de salir ya a la luz realizando sus metas.

Así muy de a poco es primero la herencia,
y después ya vendrá descubrir cromosomas,
el adeene entregará de la vida su esencia,
ya aparece el fulgor de las viejas redomas.

Tan humano es el gusto de jugar a ser dios,
alucina los símiles de la faz de los dioses,
se entretiene, especula, filosófico en pos
de las claves del ser, de ya ser semidioses.

Y la ciencia labora ardorosa en sistema
ora busca ganancia o saber ya de todo,
el poder se nos muestra, fascinante dilema,
se conoce la vía, ya se sabe cual modo.

La noticia es pequeña, secundaria en el día,
los humanos ya son creadores de vida,
celular organismo fabricado se avía;
jugar ya a ser dios no es cosa prohibida.

Tan tremendo es el paso sólo apenas sabido,
conocido entre sabios es tenaz en su huella,
es recurso eminente, es rescoldo curtido,
es la ansiosa locura que conquista una estrella.


Eduardo Montes. Agosto de 2013"

martes, 11 de diciembre de 2012

Barrio Mitre y el Dot

Hace unos días otro temporal, de esos que abundan últimamente en Buenos Aires, puso en la mirada pública (esa que se publica) la situación que suscitaron algunos vecinos del barrio Mitre, en Saavedra, perjudicados por algunos errores de cálculo por parte de los constructores del shopping Dot (el más grande no sé si de acá o de algún otro lado también).

El caso es que los vecinos protestaron vehementemente porque el sistema de desagüe del complejo se desbordó hacia el barrio de casitas que se extiende oculto tras del templo del consumo y adónde, les guste o no a los habitantes de las inmediaciones, ellos viven.

Como hace un tiempo soy víctima de la casualidad, casualmente tengo archivado un relato llamado casualmente "Barrio Mitre" (el primer casualmente se refiere a lo de "archivado" y el segundo al nombre del relato).

No es bueno hacer gracia de la desgracia ajena así que no ensayaré ninguna broma de dudoso gusto, ni sarcasmos postmodernos, ni ironías decadentes, ni boutades propias de personajes inaguantables. Para equilibrar la balanza tampoco voy a ponerme serio y a hacer comentarios paternalistas, ni voy a decir "pobre gente" ni "que terrible".


"Barrio Mitre

Durante muchos años me persiguió el número 324. Es decir, lo veía por todas partes, al abrir algún libro, en una patente de automovil, en una dirección, en los más variados objetos y manifestaciones el número estaba allí. Seguramente habría otros, muchos otros, pero del número que me percataba era de ese, el 324. Cuando me dí cuenta de que ya no reparaba más en él di por sentado que algo había cambiado en mi vida o que algo se había trasladado a zonas más oscuras de mi memoria, que puede ser más o menos lo mismo.

Casi dos años habían pasado desde que se incendiaron los ranchos de la calle Plaza, en Saavedra. La estadía en el albergue Warnes era divertida pero corrían rumores de que tendríamos que volver a nuestra residencia original.

La idea no me sonaba bien, el último recuerdo que tenía del lugar era el de la destrucción por el fuego y el de la pérdida de casi todas las cosas (cositas) que teníamos. Pero en esos tiempos no se estilaba dar muchas explicaciones ni pedir consejos a los niños, y menos a los que no sobrepasaban los ocho años.

La memoria de la infancia suele contener mucho clima pero los datos acostumbran a ser poco fiables y fragmentarios. Por esa razón debe ser que no recuerdo el día de la partida del albergue; no recuerdo, por ejemplo, cómo hicimos para bajar desde el tercer piso las cosas que habíamos acumulado en dos años; tampoco recuerdo cual fue el medio de transporte que utilizamos, aunque casi con certeza se trataría de algún camión destartalado o carrindanga similar.

Sí recuerdo con claridad el momento en que entramos a la casita que nos habían asignado. Era igual que las demás en cuanto a apariencia, aunque había algunas que eran de mayor dimensión, destinadas a las familias más numerosas. Yo formaba parte de una familia tipo, por lo menos en aquellos años, que estaba conformada, como corresponde, por padre, madre y dos niños, una mujer y un varón, por lo tanto nuestra casa era de las más pequeñas.

La casa era, a mis ojos, impactantemente hermosa, tenía dos cuartos, baño, cocina-comedor, patio y jardín, mejor dicho, espacio para jardín. Los pisos eran enteramente de baldosas color bordó y en el comedor una mesa, de un material cuya composición nunca pude discernir (tal vez fuera cemento blanco o algo así), estaba fijada al piso y sus patas (dos paralelepípedos macizos) parecían de cemento armado. Este elemento fue el primero que sufrió modificaciones ya que a mis padres no les gustaba y, con mucho esfuerzo, martillos y cortafríos, la sacaron del su lugar y la destinaron al patio, debajo de un palán-palán, planta preferida por los colibríes (picaflores, que le dicen).

La nueva habitación no era gratis como el albergue, había que pagar una cuota mensual durante mucho tiempo, hasta que se cubriera el valor y se estuviera en condiciones de escriturar. Aunque un detalle en su denominación provocaba cierta zozobra entre los que nos dejábamos impresionar por los significados de las palabras. El barrio se llamaba, creo recordar, "Barrio de Emergencia Presidente Mitre", y lo de “emergencia” siempre puso en el plano de la incógnita cuál sería el real propósito del complejo, por lo menos para la sensibilidad de niño preocupado que las circunstancias habían tallado en mi carácter.

El conjunto formaba parte de un plan de viviendas populares impulsado, a través del banco Hipotecario, por el gobierno de Frondizi, más precisamente por su ministro de economía, el proto neoliberal Alsogaray. Se trataba de exactamente 324 casas que conformaban un pequeño barrio atravesado longitudinalmente por una calle y dividido en cuatro agrupaciones separadas transversalmente por espacios verdes y veredas angostas.

Estaba limitado por la calles Plaza, contra las vías del ferrocarril Mitre, Melián que conectaba con el resto del barrio de Saavedra, Correa y Arias.

En el lado de la calle Correa se extendía un gran terreno baldío sobre el cual no se demoró mucho en diseñar una cancha de fútbol de una extensión, para mi carrera, interminable. Este campo de juego nunca albergó una sola brizna de pasto.

Por el lado, que daba a la calle Arias, se extendía otro terreno vacío que siempre estuvo a salvo de toda iniciativa constructiva. Era el destino de las cargas de camiones con tierra cuyo origen ignorábamos por completo y sobre el cual nunca escuché preguntar a nadie. Ni a mí, que era bastante curioso, se me ocurrió preguntar de donde venían esos camiones que descargaban tierra. Probablemente no me interesaba por la fascinación que me producía el hecho de que el lugar se estuviera transformando en zona montañosa. En sus elevaciones, en ciertas temporadas que empezaban por motivos bastantes misteriosos, desarrollábamos, con más entusiasmo que efectividad, una intensa guerrilla a hondazos contra los de la calle Pinto, adversarios a los que nunca vimos a menos de sesenta o setenta metros y con los cuales pasábamos semanas en intercambio de proyectiles.

Estos escarceos bélicos solían terminar en el momento en que se producía alguna lesión grave, generalmente cuando algunos sustituían las hondas por rifles de aire comprimido y algún imprudente se llevaba un balinazo en la cara y se iba llorando a quejarse con su mamá.

La vida social infantil estaba rígidamente pautada. Una parte del día consistía en ir al colegio, otra en jugar a la pelota, otra a las figuritas, a la bolita y así siguiendo.

El año, por su parte tenía temporadas; la de guerrillas, mencionada anteriormente, la de luchas de romanos, la de peleas con venenitos, la de explosiones con bulones de ferrocarril, la de las fiestas de fin de año, la de carnaval, etcétera. Todas tenían en común que eran casi obligatorias, aunque no en el sentido de que hubiera algún tipo de sanción si no se participaba, a menos que se considere como tal a la soledad, al aislamiento y al aburrimiento.

Había una temporada que particularmente odiaba y temía, la de las fogatas. No es que no me gustara apilar ramas de arboles podados y prenderles fuego en la noche de San Pedro y San Pablo. El problema es que había un niño de nombre Miguelito que solía realizar ejecuciones sumarias durante estos días. Generalmente utilizaba pajaritos para expresar sus impulsos criminales pero cierta vez se apareció con una bolsa donde se movía algo; eran unos gatitos recién nacidos que después que encendimos el fuego y nos hubimos sentado alrededor él, con decisión y firmeza, cortó en varios pedazos con una hachuela en medio de una risotada feroz e inexplicable. Todos los demás, con la sangre helada en las venas, respondimos con una risa alocada que, en algunos, amenazaba con terminar en llanto.

Yo le tenía miedo a Miguelito pero me sentía un poco a salvo porque era primo de mi mejor amigo. Aun así había que ser precavido y la mejor manera de hacerlo era no contradecirlo en nada. Felizmente él no inducía a nadie a seguirlo en sus tropelías ni a emularlo, lo suyo era el exhibicionismo. Durante muchos años, cuando crecimos, esperé verlo en la portada de algún diario sensacionalista como protagonista de alguna matanza espantosa, pero eso nunca sucedió.

Otra de las temporadas desagradables era la de inundaciones. Sucedía en invierno y como consecuencia del viento del sudeste. En las cercanías corría un arroyo entubado, creo que debajo de la calle Ruiz Huidobro. El caso es que en junio solían desatarse unas tormentas que lo desbordaban e inundaban la mayor parte del barrio que, aparentemente, estaba en una depresión del terreno.

El agua subía bastante, tanto como para llegarme, a los ocho años, a la altura de la cintura. Esto nos obligaba a dejar la casa e ir a una zona más alta para no sufrir la mojazón en medio de un clima tan destemplado, por decir menos.

La casa de mi abuela, dentro del mismo barrio, estaba situada en la zona alta y no sufría el efecto del desborde. Siempre recuerdo que cuando llegaba a su casa la primer sensación que experimentaba era el “calorcito” del piso de baldosas en los pies. Tan intenso era el frío que experimentaba sin advertirlo que al llegar a un frío normal este se parecía al calor. Eso con el tiempo me dio mucho que pensar pero no saqué muchas conclusiones más allá de que el frío es relativo.

Siempre me pareció algo muy misterioso y significativo que el barrio estuviera constituido por 324 casas y que justamente a nosotros nos tocara la número 324. No sabía si era porque fuimos los últimos en ser asignados, cosa que revelaría un especie de suerte ya que según esto habíamos estado apunto de ser excluidos, o porque estábamos destinados a ser los primeros en salir hacia un mejor rumbo en la vida, cosa que estaba simbolizada para nuestra familia en el día que pudiéramos tener una casa no sólo nuestra sino una casa como todo el mundo, pero no del nuestro sino del otro, ese en el que nunca habíamos estado.

Por mi parte, demostrando ya a esa corta edad un realismo y una sensatez envidiable, sólo quería tener un cuarto para mí solo, objetivo que logré recién a los 25 años, después de divorciarme (en realidad separarme, el divorcio todavía no existía).

Mucha gente, cuando se va del barrio de la infancia, más cuando ha sido un barrio pobre o cosa parecida, suele tener accesos de nostalgia que la impulsa a retornar a los lugares de aquellos recuerdos. No es mi caso, sin embargo muchas veces, cuando cae un temporal sobre la ciudad me pregunto si ya se habrá solucionado el tema del arroyo y su desborde después de casi cuarenta años y, si bien no lo corroboré, estoy seguro de que no. Para cosas carentes de prioridad ninguna espera es realmente larga, además, como claramente quedó probado, el frío es relativo y más en verano.

Y además de los ademases tampoco era para tanto; la pobreza digo. Los pobres teníamos una cierta facilidad para el acostumbramiento, después de todo, como decían Ortega y Gasset (chiste obligatorio), hay algo que todos hacemos y es nuestra propia vida, la hacemos, digo yo (o tal vez él), con las circunstancias que encontramos y la hacemos como podemos. A lo único que es difícil acostumbrarse es a cierta discriminación, a cierta mirada desde una superioridad que no se sabe de donde viene y a qué va. A ese desacostumbramiento algunos discriminadores le llaman resentimiento social o cosa parecida, pero con eso no hay nada que hacer, es la cobardía del injusto que no puede serlo a rajatabla y que necesita naturalizar al discriminado para sentirse justificado.

Pero bueno, tampoco es cuestión de empezar una reivindicación social a partir de un par de dudosos y confusos recuerdos infantiles...

Orang Miskin"


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Descubrimiento

Algunas personas creen que los descubrimientos deben ser originales, es decir, deben descubrirse cosas que nadie advirtió antes, o que si la advirtieron no se dieron cuenta y no la patentaron (caso descubrimiento de América).

Quienes piensan así tienen algo de razón, pero el requisito de originalidad es para quien desea algún lucro monetario exclusivo (y excluyente) o quien está detrás del prestigio fácil (es fácil tener prestigio con descubrimientos originales).

A salvo de las pretensiones antes descriptas experimenté una libertad insospechada, lo que me permitió hacer descubrimientos de temas y objetos ya descubiertos desde tiempos ancestrales por gente tan ancestral como esos tiempos. Esto alejó mi vista del hecho en sí, del objeto, y la dirigió a la experiencia en sí del hecho (ya me mareé). 

Y todo esto permitió que pudiera escribir las siguientes perogrulladas, allá por 1997, sin mayores autocríticas ni cuestionamientos.

"Respiración

No hace mucho, mientras viajaba en un ómnibus desde Córdoba a Buenos Aires, hice un descubrimiento que, en su momento, me pareció extraordinario.

Quiero compartirlo porque me parece que puede ser de cierta utilidad en algún terreno del quehacer humano. Espero que no sea el de la psiquiatría.

En un momento determinado advertí que respiraba. Advertí que yo respiraba.

Respirar es algo que vengo haciendo regularmente desde hace bastante tiempo por lo que puedo asegurar que tengo cierta experiencia en el asunto. Tal vez no tanto como otros que tienen más tiempo en esta cuestión pero lo suficiente como para que no se me considere un novato.

No se me escapa el hecho de que muchos antecesores, la mayoría de los cuales ya han cesado en este ejercicio, han hecho mucho en este campo por lo que no puedo considerarme un pionero, ni está en mi ánimo presentarme como precursor, visionario, profeta, anticipador o cosa por el estilo.

Sin embargo, yo descubrí que respiraba (y aún continúo haciéndolo).

Se podrá decir, con intención degradatoria, que puestos a descubrir obviedades podríamos continuar con el descubrimiento de la transpiración, el flujo sanguíneo, la ingestión de aceitunas, la percepción del color rojo y otras funciones similares o diversas.

Pero, insisto, yo descubrí que respiraba. Percibí con claridad que una pequeñísima porción de aire, elemento que me rodeaba por todos lados, ingresaba por mi nariz, se quedaba un tiempo en mis pulmones y luego era expulsada. Y así, rítmicamente, todo el tiempo, de modo constante.

Por un momento me pareció que había una cierta unidad entre lo que consideraba mi individualidad y todo lo que me rodeaba. Y me pareció bastante bien que hubiera suficiente aire alrededor para que yo pudiera continuar con esta práctica.

Sudarshan Kriya"

viernes, 23 de noviembre de 2012

La revolución


En 1996, tangencialmente inspirado en el Paisaje Humano, de Silo, me dediqué a desarrollar algunos tópicos que me parecieron de interés y que no encontré mencionados en dicha obra. Es más, su instigación a desarrollar cuestiones por los propios medios me envalentonó y así abordé temas tales como la del cuarto poder, la razón, la ecología y algunos otros, tal como la revolución que motiva esta entrada.

Es claro que no pude dejar de transformar el tema en una cuestión liviana matizada por un trasfondo entre zumbón y campechano. 

Para algunas personas es cuestionable que se traten con un talante tan confianzudo tópicos tan serios, por lo que tienden a encasillar este tipo de escritos en el rincón de las tonterías o de las humoradas de dudoso gusto. Sobre gustos hay mucho escrito pero nada que pueda considerarse definitivo o que uno diga "¡acá está, esto es!", por lo que considero refutada esta objeción.

Otros señalan que no se puede resumir en pocos párrafos desarrollos de altísima complejidad histórica y que todavía son objeto de controversia cultural y política. Estimo que no les falta razón pero en mi descargo considero que la falta de ganas es un argumento bastante sólido para justificar porqué no se han encarado las cosas de otro modo.

Por último, aunque hay una lista mayor de objeciones a las que no pienso darles prensa, algunos censuran el hecho definido como "hablar como si se supiera", que creen adivinar en estos escritos. Por una parte creo que eso está encuadrado en lo de "zumbón y campechano", pero si una porción no cupiera ahí, recuerdo que muchos son los que se expresan así. Y siendo las cosas de esta manera, ¿por qué habrían de discriminarme justo a mí, que soy yo?

Bien, despejada la turba de objetores, lo que sigue está destinado a los fieles lectores que, sin ninguna forma de crítica, simplemente se dedican a apreciar estos desarrollos, como claramente puede advertirse en los comentarios a las entradas donde no se registra una sola crítica, objeción, malestar o bostezo.

"La revolución

Durante los siglos XVIII y XIX se produjeron, al menos en lo que conocemos hoy como occidente, un montón de revoluciones.

Para que esto suceda se dieron una serie de factores coincidentes, pero fundamentalmente el hecho de que la riqueza adquirida (mal habida, por supuesto) durante toda la época de los descubrimientos y las colonizaciones terminara por formar una cantidad bastante importante de comerciantes e industriales prósperos. Estos vieron que alimentaban los estómagos y los caprichos de una casta que estaba totalmente al cohete y poco a poco comenzaron a acariciar un deseo bastante intenso de sacársela de encima.

Hubieron también ciertos factores subjetivos que los mismos implicados siquiera se atrevían a formular. Entre ellos el hecho de que, internamente, ya se habían pasado a degüello al famoso “derecho divino” que había fundamentado durante siglos la existencia de la realeza y de todos los zánganos que rodeaban el fenómeno.

Además, la prosperidad material proporcionaba satisfacciones que la espiritualidad prometía pero no cumplía, por lo que nuevos dioses se perfilaban en el firmamento.

Cuando estos señores se vieron libres de tanto rey y pavada semejante, o cuando los dejaron reducidos a figuritas decorativas, se dedicaron con mayor intensidad y entusiasmo a sus actividades preferidas, comerciar, producir, esquilmar y ganar mucho dinero.

Para todo esto sacaron a la gente del campo y se la llevaron a la ciudad donde tenían sus fábricas y comercios. Como ellos eran los nuevos amos, pusieron las condiciones que se les cantó. Y así como fueron puntillosos en reclamar y defender sus propios derechos, también fueron exhaustivos en minimizar los de aquellos que servían de fuerza de trabajo en sus emprendimientos.

Claro, todo esto no fue aceptado con beneplácito por los implicados y, muchas veces inspirados por gente que no trabajaba pero pensaba mucho, empezaron a protestar y a querer armar revueltas, despelotes y revoluciones.

Todo esto no prosperó mayormente en lo inmediato, pero palmo a palmo se fueron ganando derechos, se fueron armando sindicatos, mutuales, partidos que defendían y representaban a los trabajadores y que se planteaban dialécticamente, como les gustaba a ellos, frente a la burguesía, como llamaban a los otros.

Esto no fue tan rápido como lo estamos contando ni tan tranquilo como se podría deducir del tono que estamos utilizando, pero bueno, no estamos intentando un revival ni una descripción que quite el sueño a la gente impresionable.

Todo este proceso se sintetizó en la revolución rusa del año 1917. Habíamos comenzado por una dictadura de la nobleza por derecho divino, pasamos a una dictadura de la burguesía por derecho monetario y ahora estábamos en una dictadura del proletariado porque nos manoteamos el poder y así lo decidimos.

Claro, las cosas fueron así en términos generales porque, en realidad se pasó de la Rusia casi feudal a la Unión Soviética comunista, sin mayor lógica histórica. Pero no viene al caso, la historia, si es lógica, lo es a su manera y no a la manera del capricho de cualquier nene de mamá que se crea el non plus ultra del pensamiento universal. Así que así las cosas.

El surgimiento de la Unión Soviética no fue bien tomado por la susodicha burguesía que poseía el resto de los países que existían, por lo que la contra que tuvo esta primera experiencia socialista fue bastante intensa.

La segunda guerra mundial, una disputa entre pistoleros del mismo bando, distrajo la atención sobre este tema. Ya parecía que los soviéticos se iban a ver aparte del asunto cuando a Hitler, por un mal movimiento que efectuó mientras esquiaba en los Alpes austríacos, se le desplazó el vidrio que tenía enquistado en el cerebro y decidió correr la misma suerte que antes había sufrido los caballeros teutónicos, decidió invadir Rusia. Como era verano y hacía un tiempo que no existían ni la monarquía ni Alejandro Nevski ya no corrían el peligro de naufragar en el lago Neva. El plan era perfecto, como corresponde a la capacidad planificadora prusiana que no deja detalle librado al azar.

El tercer reich contaba con un ejercito bastante rabioso y peleador, con una industria bélica chocha con las ganancias y con suficiente hierro y carbón como para construir diez tanques para reemplazar a cinco perdidos en batalla. Además los militares nazis habían elaborado unas tácticas de guerra bastante novedosas que dejaban en ridículo a generales gordos formados en la guerra de trincheras.

Lo que estos prusianos no elaboraban (más en sentido psicoanalítico que industrial) era la fuerte vocación por el desastre que los animaba, embozada en una soberbia que no se entendía bien a qué venía.

Esta soberbia los llevó a confundir mapas con territorios y se lanzaron a la conquista del monstruo en un tiempo máximo de, según sus cálculos, tres meses. Estos cálculos fallaron y todavía andan por ahí preguntándose en qué se equivocaron o diciéndose a sí mismos: ¡Si no hubiésemos invadido Rusia!.

Pero bueno, lo hecho, hecho está. Allí se quedaron empantanados no sé cuanto tiempo y el frente oriental, como lo llamaban, se los fue devorando de a poco hasta que se les cayó el walhalla en la cabeza.

Después de estos episodios lamentables, el mundo conocido quedó dividido en dos bloques. Uno de ellos bastante monolítico, aparentemente, y el otro con muchas contradicciones internas.

En este último, inspirada por no se qué e instigada por el otro bloque, comenzó a darse una correntada revolucionarista, especialmente a partir de la década del ´60 y fundamentalmente nutrida por las nuevas generaciones.

Empezó una época desigual en sus producciones y confusa en sus objetivos, en la que la palabra revolución fue moneda corriente y donde el que no era revolucionario no ligaba una mina ni por joda.

Todo esto fue tomado muy en serio por la burguesía llevada al abstracto por un poderío económico como nunca antes se había visto en la historia (hasta después) y merced a ello comenzó una represión acorde.

La primera etapa de ese revolucionarismo fue casi festiva, pero cuando la respuesta comenzó a ser más brutal y despiadada, la cosa se tiño de negro. El romanticismo inicial cedió ante necesidades más de tipo militar y éstas a su vez cedieron ante la necesidad de salvar el pellejo.

Entrados ya en la década del ´80 fue más o menos evidente que los ímpetus revolucionaristas habían perdido terreno, que si hubo una guerra fue ganada por el bando enemigo y que había que batirse en retirada, cosa que las nuevas generaciones hicieron en masa sin necesidad de consigna alguna que las animara.

Así, el día que se derrumbó el muro de Berlín, sus trozos de concreto terminaron por sepultar las ideologías que, de acuerdo a ciertos análisis, ya estaban muertas hacía un rato, y pudo decretarse sin mucha pompa el fin de la historia.

Hoy en día nadie piensa en hacer ninguna revolución. El imperio se ha extendido por doquier contemplando su extensión con soberbia ganadora. Los derechos que demoraron siglos en conquistarse se desmontan con un plumazo, tomándose solamente algunos recaudos policiales por si hubiera alguna revuelta. Los antiguos revolucionarios oscilan entre sus necesidad de tener alguna obra social y sus estudios referentes a si la derrota de la Unión Soviética se dio en el campo político o en el económico. A nadie le quedan dudas de que el capitalismo ha ganado ampliamente y a lo sumo lloriquean para que se digne ser un poquitito más humano. Alguno que otro dedica sus esfuerzos a la moralización de la administración pública, denunciando la corrupción de algún funcionario de segunda carente de doctorado en Harvard.

Los sindicatos debilitados por el crecimiento de la desocupación ocupan sus ocios en hacer silencio para que no terminen de hacerlos pelota.

Los pensadores se pasaron en masa al postmodernismo y a cualquier forma de cinismo que sobrevuele la zona con tal de publicar algo a la moda, como para seguir puchereando.

El arte, otrora comprometido, se ha transformado en un altar al ombligo de un chabón pretensioso y aburrido. Podemos decir que, sin mucho margen para la duda, ya no existe el arte, lo que existen son tipos disfrazados de algo. ¿Qué cómo puede ser esto?. No se, pero es así.

Ahora ya todos son neoliberales. Justo ahora que en el frente neoliberal cunde el pesimismo y se aproxima el desbande. Se esperaba que los bonos basura, las manganetas con deudas externas, los ataques a monedas y las diversas fórmulas para sacarle el jugo a la gilada dieran fantásticas ganancias pero no que patearan el tablero.

El tablero no se cayó, tampoco está firme, se está cayendo. Parafraseando al demente de los grandes bigotes: Nadie se enteró que el dinero ha muerto. Es porque su muerte todavía está ocurriendo.

La gente, generalizando excesivamente, está bastante boleada. Anda de acá para allá con un dolor que le parte la cabeza, ocupada como está entre estar repodrida de todo y tratar de sostener este sistema que ojalá se caiga, pero no todavía.

Miles de millones de personas forman una inmensidad de subjetividades ignoradas. Ignoradas entre ellas y por aquellos que están en el centro de la escena. ¿Adonde va cada una de ellas?. Quién lo sabe. Ya nadie señala un rumbo, los valores, todo el mundo sabe, no valen el metal en que están acuñados. El silencio campea. Estos miles de millones están marginados, ahora o en el futuro, están marginados de todo proyecto, de toda transformación, de toda superación. Todo el tiempo es hoy y mañana andá a saber.

Cada uno de ellos siente y sabe que, un poquito cada día, está perdiendo la razón, la cordura y otros atributos de contención. Tal vez ninguno sepa qué es lo que está tolerando, pero cada uno sabe que eso le está resultando cada día más intolerable.

En el gran caldero aumenta la temperatura. Una pizca más de esto, una pizca más de aquello y pronto estará a punto.

Ya llegará el momento en que nos libremos de tanto liberalismo, sea neo o no, y todo el mundo empiece a ser puesto en filas ordenaditas a punta de sopapo. No hay que ser impaciente, todo llega, y una historia mecánica tiende a proceder en sus mecanismos con una disciplina y una obediencia que te dejan pasmado.

Claro está, si es que no sucede alguna otra cosa que reviente las reglas de cálculo, ábacos, calculadoras y otros artificios de cómputo.

Pero hay buenas noticias para los les gusta el tema de las condiciones, están todas dadas para que se produzca una verdadera revolución. Aunque nunca falta el que, cuando imagina condiciones revolucionarias, piensa en otra cosa, algo así como banderas al viento y todo el poder a los soviets. Pero estas son cosas más bien de tipo cinematográfico que político.

El intríngulis está en entrever cómo desde una etapa desilusionada, Ortega y Gasset dixit, se podrá avanzar hacia una revolución total. Seguramente no será algo que dependa de la voluntad pero sí de la intencionalidad. Guirnaldas y laureles para quien describa con precisión la diferencia entre una y otra. Y más premios aun para quien deje todo voluntarismo para desplegar toda intencionalidad.

Eddie Kropotkin"


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cortedad

Hacia fines de 1997 la inspiración literaria que me había acometido estaba comenzando a mostrar síntomas de agotamiento. Los temas, que suelen ser menos de lo que se podría creer, empezaron a escasear y los pocos que aparecían carecían de interés. Estaba claro que había llegado una época de sequía, cosa que posteriormente se instaló durante al menos dos años.

Cuando la escasez agrede el alma o el cuerpo suele surgir la condescendencia con los frutos que se reciben. Así, le di estatura de pensamientos, ideas, ocurrencias, intuiciones o inspiraciones a producciones que no merecerían siquiera figurar como párrafos de relleno en épocas de vacas gordas.
Pero es así, la necesidad tiene cara de hereje y justificadas en esto quedaron consignadas las siguientes pildoritas, grageas o cápsulas, metáfora medicinal que sólo se refiere al tamaño, no a cuestiones de mayor complejidad:


"Gravedad, palabra equívoca

En el año 1023 un tal Hyeronimus Frenckel inventó un dispositivo antigravitario que no llegó a ser aplicado debido, en gran parte, a que la gravedad aún no estaba legislada y en un grado no menor a la censura de la Iglesia, dios la tenga en su santa gloria, que no podía tolerar semejante menoscabo a su monopolio estatal; es decir, celestial. No fuera el caso que alguno subiera por las suyas.


Los planos y la persona del inventor terminaron como, en ese tiempo, terminaban los planos y las personas de los inventores: bastante mal.

No queremos hacer gracia de la desgracia ajena pero Hyeronimus Frenckel hubiera usado mejor su tiempo si hubiese inventado un dispositivo antiignición.

Pensamientos

A veces pienso que las cosas no deberían ser así.

Y si esto me coloca en la incómoda situación de responder preguntas obvias, responderé, anticipándome a los acontecimientos inevitables que ¿Qué se yo?. Pero así no, de otra manera, distinto...

Cuando te mueres...

Cuando te mueres te da una cosa muy, pero muy rara, como que te mueres. Fuera de eso, no hay problemas.

Sentimientos

A veces, me levanto por las mañanas (otras veces no), salgo a la calle (otras veces permanezco dentro) y sin explicarme porqué (ni donde), experimento una sensación de vida pletórica (con una jocundez de otros tiempos y otras literaturas), como una alegría muy, muy grande. Es como si me sintiera intensamente saludable e inexplicablemente feliz o inexplicablemente saludable e intensamente feliz.

Pero inmediatamente (o al poco tiempo), y antes de que los vecinos se percaten (o antes de que tomen medidas de acción directa), miro a un lado y otro (y enfrente), y me recompongo (o al menos disimulo con vigor).

Los políticos

Los políticos me encantan. ¡Son tan idiotas!

Los políticos II

Detesto a los políticos. ¡Son tan idiotas!

Multiimplicancias

Lo interesante de la multiimplicancia de los fenómenos sociales es que llevan a que la idea de causalidad explique menos que la idea de casualidad, derivando de todo esto un aumento de la confusión general, fenómeno particular que se introyecta en la corriente general de los fenómenos, realimentando el circuito, hasta producir una acumulación cuantitativa que termina por derivar en un salto cualitativo. Y así de escala en escala.

El mundo natural

Para muchos, el mundo natural no es un mundo de objetos, un mundo utensilio, más o menos manejable, sino un mundo de señales, signos, significados y hasta presagios.

Por lo menos eso es lo que me parece percibir en esas noches en que la luna baña con su candor pálido las callejas discretas de mi barrio y “algo” me intuye desde la bruma y el vello de mi cuerpo, como un solo hombre, o un solo pelo, se levanta tratando de llegar antes a casa.

Maneras

Existen, por lo menos, dos maneras de hacer cualquier cosa. Por ejemplo, la frase anterior podría haberse escrito así: “Existe una sola manera de hacer cualquier cosa”.

Y de esta manera se puede desarrollar maneras distintas en un modo multiplicativo que dé para todos los gustos.

Hay quienes piensan que las cosas se pueden hacer de una única manera sin advertir que sólo están expresando una de las tantas maneras de pensar algo.

Pienso que la única manera de concebir todo esto es dando por sentado que distintas maneras de concebir son posibles. De otro modo estaríamos restringiendo innecesariamente las posibilidades y esta no es una buena manera de encarar las cosas.

Esa es la manera en que pienso y admite diversas maneras.

Conexiones

Existen hombres que son visionarios porque están conectados a la tierra y otros lo son porque están conectados al cielo.

Existe, por otra parte, un número importante de hombres que por estar en la luna de Valencia tienen visiones lunáticas, como es obvio y manifiesto.

Y no hay mucho más con respecto al tema de las conexiones, por lo menos desde el encuadre desde el cual lo estamos analizando. Cambio y fuera.

CNN

¿Usted se ha puesto a pensar (lo dudo mucho) que si dentro de, por ejemplo, trescientos años, alguien quiere hacer un estudio histórico de esta época, tomaría como fuentes los noticieros de TV?

Josip Cross"


sábado, 10 de noviembre de 2012

Acerca de energías misteriosas

Hace poco un amigo me dijo, muy suelto de cuerpo, que el sufrimiento es mental. Yo cavilé por un instante, y después de reconocer lo acertado de su afirmación y el desagrado que me producía, repliqué que era cierto, pero omitía el hecho de que la democracia es formal, la carencia material y la crisis energética. Y con esto me pareció que quedaba zanjado el asunto, de no ser porque este amigos y otros presentes (al estilo de una claque) prorrumpieron en inexplicables carcajadas.

Por todo lo anterior y con la intención de continuar dando a conocer las "Reflexiones entomológicas" al gran público, decidí exhumar un escrito de 1997 relativo a una cierta meditación en medio de una crisis energética, es decir en medio de un apagón que me extirpó la televisión y la computadora.

"Divagaciones en medio de una crisis energética

Hacer cosas es interesante. Bueno depende de qué se haga, pero eso es ya otra discusión.

Alguien dirá que no importa qué se haga sino cómo se lo haga. Y estaremos de acuerdo y, también, en desacuerdo, porque ahí dependerá del qué del cómo.

Si el cómo se responde con un bien, muy bien, excelente, óptimo, regular, mal, pésimo, entonces hablamos de cosas distintas. Quien así responde lo está haciendo por el resultado o por los procedimientos, y no es la idea. Por lo menos no es la idea que anima estos desarrollos un tanto abstrusos.

Uno hace cosas rutinariamente, pero no sólo lo hace de ese modo en los procedimientos sino que se pone en una actitud de, cómo diría, de “rutinariedad”, es decir, algo en su interior, por llamarlo de algún modo porque veamos, ¿qué es el interior?... Bien, algo en su interior se pone de cierta manera. Y ahí, me parece, está el quid del cómo.

Y convengamos, hay cómos y cómos. El que interesa en particular es un cierto modo, para el cual no hay muchas palabras pero que se denominará, arbitraria y provisoriamente... de alguna manera. Algo que tenga que ver con una cierta concentración.

Ahí comienza nuevamente el equívoco, porque se dirá: “Claro, puesto totalmente en lo que se está realizando..., con todas las facultades al servicio de..., atento a lo que se hace..., compenetrado con el objetivo..., comprometido en la consecución de las metas propuestas... , etcétera, etcétera.”. Y no, aunque aceptable, por cortesía, tampoco es la idea.

La idea se refiere, y pido paciencia, a una cierta actitud “energética”, pero no del tipo de energía que se aplica y se consume, sino de un tipo de energía que no se aplica y no se consume, o que si lo hace, de cualquier modo no es correcto explicarla en estos términos.

Se dirá: ”Si no se aplica y no se consume es lo mismo que no existiera o que, aún existiendo, no tuviera ningún efecto, consecuencia, modo de evidencia, ni manifestación. Sería como una nada de nadidad absoluta, poco menos que una invención, un delirio de borracho, una confusión en la frontera imprecisa de aquel que escoge la locura. Una idiotez supina, la abreacción de un ánimo anémico en el límite de su dejadez”. Y otras cosas por el estilo, ninguna de ellas muy elogiosa.

Es lógico esto que se diría, es lógico y es razonable, pero también es erróneo, falso, falaz, falseado y, por sobre todas las cosas, irremediablemente aburrido.

Verán, esta actitud, esta energía que no se aplica y no se consume, además, suele aumentar en el decorrer de su actividad quieta, crece en su inmutabilidad.

Es bueno saber a estas alturas que, además de no aplicarse ni consumirse, no viene ni va sino que está o es, o más o menos eso.

¿Y qué permite hacer esta actitud energética? Nada.

¿Y entonces cómo actúa o se percibe?

Digamos, aunque no es muy acertado, que por presencia, por estar.

Podríamos definirla como una actitud de creatividad, como un impulso constante, como un iniciar sin fin, pero los equívocos serían aún mayores porque podríamos pensar en una especie de foco de imaginación desbordante y no lo es. Más bien lo contrario, es una energía vacía, un motor sin movimiento... Aunque ya estemos abusando de los atributos antagónicos.

Cuando la divagación deriva en el zen es señal de que hay que parar porque son las cinco de la mañana... o las seis...

Daf Balaban Kamanche"